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Ya empezó la cuenta regresiva, y me encuentro próximo a terminar "El Castillo de Lord Valentine".
Ha sido un libro entretenido e intenso, aunque el curso de la historia se adivina desde las primeras páginas, las descripciones, el malabarismo, los detalles, y en especial los paisajes lo hacen único.
Hablo de los paisajes, por que las dimensiones de Majipur son realemente inconcebibles. El monte del castillo tiene cincuenta mil kilometros!!. Yo a duras penas logro imaginarme el Everest, que comparado con nuestro modesto Monserrate debe ser un titán, no me cabe en la cabeza una montaña que se extiende hacia el cielo casi 9 veces el radio de la Tierra. Uno seria una migaja de polvo al lado de semejante moustrocidad.
Como sea, ya me estoy empezando a sentirme triste, pues a menos de que logre conseguir los otros libros de la saga no podré seguir acompañanado a Valentine, Carabella, Sleet y sus amigos en sus travesias por Majipur.


Correciones de escala: No son kilometros sino metros. Igual imaginarse una montaña de 50.000 metros todavía no me cabe en la cabeza.

 

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Cada cierto tiempo la imperdonable tarea de organizar mi cuarto me asedia de tal manera que se hace insoportable.
La ropa tirada en el suelo, el montón de papeles aquí y allá, los pinceles, los CD's, los post-it con anotaciones que ya no tienen sentido, los libros en arrumes por todas partes, los zapatos que ya no encuentran su compañero, las fotocopias, las carpetas, los platos y vasos que forman un gran bodegón sobre mi mesa de noche...

Asi que finalmente cedo, cedo a dejar atrás este caos en el que de algún modo extraño mi mente suele encontrar un poco de orden.
Y empiezo metodicamente a organizar todos los papeles, pronto mi cama se llena de arrumes, en una esquina los papeles de esta materia, en esta otra los de aquella, en medio las boletas de los sitios a los que voy y que guardo con celo para llenar luego mi mapa de navegación, en un lado las cartas, los trozos de papel que se pueden aprovechar... Por otro lado el suelo se va llenando de todo lo inservible, envolturas de chocolatina, de galletas, hojas con tachones, recibos del cajero... Asi va transcurriendo lentamente el día y cuando va entrando la noche, me voy dando cuenta que me va tocar dormir en otro cuarto pues con el estado actual del mio va a ser imposible.

La mejor parte es cuando tengo que organizar los libros. Primero aquellos que he adquirido en los últimos meses, uno tras otro se van apilando siguiendo el último esquema que me he inventado para darles un orden y que como todas las veces muy dificilmente seguiré. Luego vienen los ya leidos, y empieza el trabajo duro, llenos de pequeños pedazos de papel, que al igual que las migajas de pan dejadas por Pulgarcito, tratan de mostrarme el camino de regreso a las ideas que me impactaron en el momento de su lectura, uno a uno van pasando por mis manos para que extraiga de ellos las referencias con las que voy construyendo mi yo. Finalmente, llega el momento de llevarlos a su nuevo hogar, y tengo que buscarles lugar en la biblioteca. Recorro despacio los estantes tratando de encontrarle los mejores compañeros a cada uno, en este recorrido encuentro un orden improbable, en una esquina la Biblia y un libro de poesía se juntan furtivamente tratando de ocultar algo. Impresionado los tomo y empiezo a examinarlos, primero la Biblia y por supuesto el Génesis, leyendo con atención no algo curioso, durante los siete días de la creación, cada vez que Dios creaba algo expresaba su aprovación, por ejemplo:

(...) Y dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó La luz de las tinieblas.
(...)Dijo también Dios: Juntensé las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue asi.
Y llamó a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas las llamó Mares. Y vió dios que era bueno.

Finalmente el sexto día crea al Hombre, y antes de irse a descansar aprueba su obra (Génesis 1,31), me ahorraré los detalles, pero luego viene el jardín del Edén y el aburrimiento de Adán, y finalmente el momento en que Dios crea a la Mujer a partir de la costilla de Adán (Génesis 2,22), y simplemente no dice nada, ni que era bueno, ni quera mala, simplemente el tipo se queda callado y no dice nada, nos deja ahi con su última creación y pues supongo que todos ya saben lo que pasa. Eva luego se deja convencer por la serpiente, y pues aqui nos tienen sufriendo de las penurias del mundo.
Me quedé un rato pensando en eso y empiezo a ojear el libro de poesía, me quedo pegado a el toda la tarde, y hago un segundo descubrimiento.

Entendí dos cosas, por que Dios se quedó callado y por que la Mujer fué el último suceso de la creación.
Dios se quedó callado por que ante su obra maestra, la cuspide de su trabajo como Demiurgo, solo quedaba la reverencia profunda del silencio.
Y fueron creadas en último lugar por que antes se necesitaba de todo lo demás para poder describir todas las visicitudes de sus exquisitas formas y temperamentos.

Adaptación libre de un cuento Oskar Corredor
Cuentero de la Nacional

Feliz día de la Mujer!

 

Esto, aquello y el resto

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Hace un par de días un amigo publicó algunos de los cuentos que ha escrito durante los últimos 5 años.
Aprovecho este espacio de difusión para dar a conocer el trabajo de mi amigo.
A continuación uno de mis cuentos favoritos:

Perséfone o Un Mito sobre el origen de la Nostalgia

Todos los días, todas las noches, cuando me es posible verles no puedo diferenciar donde comienzan unos y terminan las otras, creo que cuando tengo oportunidad de verlos, ellos quieren enseñarme algo, quieren que entienda algo, pero en mi solitaria y poco apreciada labor, no he podido hacerlo, todas mis noches y mis días son de oscuridad y frío, mis ojos siempre abiertos y puestos sobre las vidas de los que vienen ante mi, mis frios dedos y mis pulmones forrados de azufre están cansados. Los rostros de desesperación, arrepentimiento, miedo, culpa, todos pueden esperar un poco mientras les dicto el destino que han de tener por muchas eternidades.


La luz estaba ante mi, la vela desde la sombra que reina en mi laguna, mi tricéfala mascota tenia miedo, era la primera vez que le sacaba a pasear. Al salir a ella, veíamos como nuestras presencias lastimaban a la Natura, cuanto pesan nuestras sobras le dije, viendo como sus cabezas rabiosas mostraban sus dientes a las flores y a los árboles, como si fuesen una amenaza.

La superficie era un lugar hermoso, tantas flores, tanta luz, tanto brillo y agua pura, que estaban siempre tan lejos de mi, era la primera vez que ponía los pies sobre ella, me daba miedo imaginar cuando sufría conmigo. No supe cuando deje ir a mi mascota, pero sé que me asuste al acercar mis manos al agua tan pura que se volvia aceite al estar en mis manos, y al estar en mis manos y ver mi reflejo en ella entendia porque había tantos rostros de desesperación frente a mi todo el tiempo

Al ver a mi lado, vi como mi mascota jadeaba y ladraba y tocaba sus cabezas entre si, era feliz, como nunca lo habia visto ser, cuando levanté mi rostro para ver en qué dirección habia ido para ser tan feliz, vi a una joven, a cuyo alrededor crecían las flores y la luz brillaba con mayor intensidad, sus cabellos parecían hechos de gotas largas, brillantes y delgadas como las que surgen del cielo en un huracán. Sabia que ella era la dirección en la que debía ir. Ella veia todo con ojos de amor, incluso a mi.

¿Qué hacer cuando encuentras algo hermoso, invaluable, cuyo dueño no ves y está tan cerca de ti?


Robarlo


Ella habia perdido conmigo y sabia que cada vez que ella se acercaba a mi, perdia con ella.

Las noches son más largas y los días se envuelven en ellas, mientras ella está conmigo, todo lo que hago adquiere sentido, la tengo escondida del mundo, aislada, para que a mi lado crezcan las flores y los árboles, para que solo yo pueda sentir el aroma de cada uno de sus poros al sudar, la lluvia surgia de ella, los sentimientos nuevos y desconocidos que crecian en mi, la sonrisa que le daba color a mi rostro , todo era mio, ella estaba aquí, a mi lado y yo era feliz, no entiendo aún por qué la invité a la superficie ese día....

La nieve le cubria por completo, desde que bajamos del bote, sentí que me iba a separar de ella, cuando caminabamos uno junto al otro, la vida y la muerte se manifestaban, las flores crecian y los animales viejos morian, ella queria decirme algo que yo no queria entender, su presencia hizo que la nieve se derritiera y el agua de ésta alimentaba a la tierra que agradecida proporcionaba vida a las plantas, en medio de la incertidumbre que tendria de mi destino. Yo el juez y verdugo miré hacia arriba y veia como la luna brillaba con la luz que el sol le proporcionaba, brillante y clara a través de sus manchas, recibia todo de su sol, pero debia dejar que el sol se hiciera presente y de vez en cuando debia aceptar que el sol no le diera toda su luz, de manera periódica debia quedar oscura, eso era lo que ellos trataban de enseñarme.

Por 2 meses ella sube a la superficie, la superficie se prepara floreciendo y cuando ella está todo se hace cálido y brillante, se despide con la caida de las hojas y espera abajo la nieve por su regreso, yo estoy con ella el resto del año, pero sufro y siento que muero cuando dejo de verte esos dos meses Perséfone

 

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Hace unos dias habia comentado que buscando cosas en mi biblioteca habia encontrado una de esas joyas del pasado.
Aqui viene pa' que la disfruten:

La Máquina que Ganó la Guerra
(Isaac Asimov)
La celebración duraría mucho tiempo e impregnaba la atmósfera aun en las silenciosas honduras de las cámaras subterráneas de Multivac.
Ante todo, se notaba el aislamiento y el silencio. Por primera vez en un decenio, los técnicos no daban mil vueltas de un lado a otro de los órganos vitales del gigantesco ordenador, las luces tenues no parpadeaban y el flujo de información esta detenido, ni entraba ni sália.
No permanecería detenido mucho tiempo, por supuesto, pues las necesidades de la paz serían apremiantes. Pero durante un día, tal vez durante una semana, incluso Multivac podría celebrar la gran ocasión y descansar.
Lamar Swift se quitó la gorra militar y miró al largo y desierto corredor principal del enorme ordenador. Se sentó con aire cansado en el taburete giratorio de un técnico y el uniforme, con el que nunca se había sentado cómodo, sel pobló de arrugas.
- Lo echaré de menos, de un modo tanto perverso- comentó-. Cuesta recordar los tiempos en que no estábamos en guerra con Deneb y ahora me parece antinatural estar en paz y mirar las estrellas sin angustia. Los dos hombres que acompañaban al director ejectutivo de la Federación Solar eran más jóvenes que él. Ninguno parecía tan melancólico. Ninguno parecía tan absolutamente cansado.
Jhon Henderson, de labios finos, no pudo contener el alivio que sentía en medio del triunfo y dijo: -Están destruidos. Destruidos. Es lo que me digo una y otra vez y no puedo creerlo. Hablamos mucho y durante muchos años de la amenaza que se cernía sore la Tierra y todos sus mundos, sobre todos los seres humanos, y siempre era verdad, palabra por palabra. Y ahora nosotros seguimos vivos y los denebianos están aplastados y destruidos. Ya no habrá amenaza, nunca más.
-Gracias a Multivac-asitió Swift, con una serena mirada al imperturbable Jablonsky, que durante toda la guerra había sido el principal intérprete del oráculo de la ciencia-. ¿Verdad,Max?
Jablonsky se encogió de hombros. Automáticamente fue a coger un cigarrillo, pero decidió no hacerlo. Entre los miles que vivían en los túneles de Multivac, era el único al que se permitía fumar, aunque hacia el final había realizado denodados esfuerzos para no hacer uso de ese privilegio.
-Bueno, esos es lo que dicen ellos.
Su gordo pulgar apuntó hacia arriba.
-¿Celoso, Max?
-¿Porque ovacionan a Multivac?¿Porque Multivac es el gran héroe de la humanidad en esta guerra? - El curtido rostro de Jablonsky cobró un aire desdeñoso-.¿En qué me afecta? Que Multivac sea la máquina que ganó laguerra, si eso les place.
Henderson miró de soslayo a los otros dos. En ese breve intervalo que los tres habían buscado en un rincón apacible de una metrópoli enloquecida, en ese entreacto entre los peligros de la guerra y las dificultades de la paz, cuando por un instante todos podían hallar sosiego, sólo era consciente del peso de la culpa.
Y de pronto ese peso resultó abrumador. Tenía que liberarse de él, quitárselo de encima junto con la guerra.
-Multivac no tuvo que ver nada con la victoria -declaró-. Es sólo una máquina.
-Una máquina grande presisó Swift.
-Sólo una máquina grande, entonces. No es mejor que los datos que recibió.
Se calló turbado por sus propias palabras.
Jablonsky lo miró. Volvió a hacer el ademán de coger un cigarrillo y se arrepintió de nuevo.
-Nadie lo sabe mejor que tú. Tú proporsionaste los datos. ¿O sólo quieres atribuirte el mérito?
-No - protestó Henderson-. No hay mérito. ¿Qué sabes de los datos que debió usar Multivac? Predigeridos en cien ordenadores auxiliares de la Tierra, de la Luna, de Marte e incluso de Titán. Y Titán siempre retrasado y siempre esa sensación de que sus cifras intriducirían una tendencia imprevista.
Enloquecería a cualquiera - dijo Swift comprensivamente.
Henderson sacudió la cabeza.
-No fue sólo eso. Admito que hace ocho años, cuando reemplacé a Lepont como jefe de programadores me encontraba nervioso. Pero en esa época reinaba cierta euforia. Aún era una guerra a distancia, una aventura sin peligro real. No habíamos llegado al punto en que intervenían naves tripuladas y las distorsiones interestelares podían engullir un planeta entero si se apuntaban correctamente. Pero entonces, cuando comenzaron las verdaderas dificultades... -Con ira, pues por fin se la podía permitir, declaró-:¡No sabéis nada de ello!
-Bien, pues cuéntanoslo. La guerra ha terminado. Hemos vencido - lo alentó Swift.
-Así es. -Henderson movió la cabeza afirmativamente. Tenía que recordar que la Tierra había vencido, de modo que toda había sido para bien-. Bueno, los datos perdieron sentido.
-¿Perdieron sentido? ¿Lo dices literalmente? -se alarmó Jablonsky.
-Literalmente. ¿Qué esperabas? El problema con vosotros dos era que no estabais metidos hasta el cuello. Tú nunca te ibas de Multivac, Max, y tú, director, no abandonabas la Mansión más que en visitas oficiales, en las que veías exactamente lo que ellos querían que vieses.
-Pero no era tan ingenuo como crees -replicó Swift.
-¿Sabes en qué medida -se disparó Henderson -los datos concernientes a nuestra capacidad productiva, a nuestro potencial de recursos, a nuestros combatientes, en suma todos los datos desicivos para el esfuerzo bélico se habían vuelto indignos de confianza durante la última mitad de la guerra? Los líderes, tanto los civiles como los militares, se empeñaban en proyectar su imagen mejorada, como quien dice, así que ocultaban lo malo y exageraban lo bueno. Hicieran lo que hiciesen las máquinas, quienes los programaban e interpretaban sus resultados tenían que pensar en su propio pellejo y en los competidores. No había modo de detener aquello. Yo lo intenté y fracasé.
-Por supuesto -trató de consolarlo Swift -. Ya imagino que lo intentarías.
Jablonsky decidió encender el cigarrillo.
-Pero supongo que le suministraste datos a Multivac para programarlo. No nos hablaste de que fueran indignos de confianza.
-¿Cómo podía decirlo? Y si lo decía ¿Cómo ibais a creerme? -se irritó Henderson -.Todo nuestro esfuerzo bélico dependía de Multivac. Era la gran arma de nuestro bando, pues los denebianos no contaban con nada parecido. ¿Qué otra cosa mantuvo nuestra moral frente a la catástrofe, sino la certeza de que Multivac siempre predeciría y frustraría toda maniobra denebiana y siempre llevaría a buen término nuestras maniobras? ¡Santo Espacio! Una vez que nuestra distorsión-espía fue eliminada del hiperespacio, carecíamos de datos denebianos fiables para alimentar a Multivac y no nos atrevimos a revelarlo al público.
- Eso es verdad - corroboró Swift.
- Pues bien - prosiguió Henderson -, si os decía que los datos no eran fiables, ¿qué habrías hecho, salvo reemplazarme negándoos a creerme? No podía permitirlo.
-¿Qué hiciste? - quiso saber Jablonsky.
- Como hemos vencido, os diré lo que hice. Corregí los datos.
-¿Cómo? -se interesó Swift.
-Por intuición, supongo. Los barajaba hasta que parecían correctos. Al principio ni me atrevía; retocaba un poco aquí y un poco allá para corregir imposibilidades obvias. Como el mundo no se derrumbó, me volví más osado. Hacia el final ni me importaba. Escribía los datos necesarios a medida que se iban necesitando. Incluso le pedí al Anexo Multivac que me preparase datos de acuerdo con un patrón de programación que yo habia diseñado para ese propósito.
-¿Con cifras aleatorias? -preguntó Jablonsky.
-En absoluto. Introduje varias tendencias necesarias.
Jablonsky sorió inesperadamente, y sus ojos oscuros centellearon bajo las arrugas de los párpados.
-Tres veces me presentaron informes sobre utilización autorizada del Anexo, y los dejé pasar. Si hubiera importado, lo habría investigado y te habría localizado, John, averiguando así lo que hacías. Pero nada relacionado con Multivac importaba en esos días, de modo que te saliste con la tuya.
-¿Qué quieres decir con que Multivac no importaba? -se mostró suspicaz Henderson.
-Que no importaba. Si te lo hubiera contado en ese momento, te habría ahorrado sufrimientos, pero también si tú me hubieras dicho lo que hacias me los habrías ahorrado a mí. ¿Qué te hizo creer que Multivac funcionaba, fueran cuales fuesen los datos que le proporcionabas?
-¿No funcionaba? -se asombró Swift.
-Pues no. No funcionaba con fiabilidad. A fin de cuentas, ¿dónde estaban mis técnicos en los últimos años de la guerra? Os lo diré; se encontraban alimentando ordenadores en mil dispositivos espaciales. ¡Se habían ido! Yo tenía que apañarmelas con muchachos en quienes no podía confiar y con veteranos que no estaban actualizados. Además, ¿creéis que podía fiarme de los componentes en estado sólido que salían de los criógenos en los últimos años? En los criógenos no estaban mejor situación que yo en cuanto a su personal. A mí no me importaba que los datos que se proporsionaran a Multivac fuesen o no fiables. Los resultados no lo eran. Es sí lo sabía.
-¿Qué hiciste? -quiso saber Henderson.
-Lo mismo que tú, John. Introduje un factor modificador. Ajustaba las cosas por mera intuición. Y así fue como la máquina ganó la guerra.
-Cuántas revelaciones. Ahora resulta que el material que se me entregaba para guiarme en las desiciones no era sino una intepretación humana de datos preparados por humanos. ¿No es así?
-Eso parece -asintió Jablonsky.
-Entonces, hice bien al no fiarme mucho de ellos.
-¿No te fiabas de ellos?
Jablonsky, a pesar de lo que acababa de contar, se sintió insultado profesionalmente.
-Me temo que no. Multivac parecía decir: ataca aquí, no allá; haz esto, no lo otro; espera, no actúes. Pero yo nunca tenía la certeza de que estuviera diciendo lo que aparentaba decir o de que quisiera decir lo que decía. Nunca tenía certeza.
-Pero el informe final estaba claro -se defendió Jablonsky.
-Para quienes no tenían que tomar la desición, quizá. Para mí no. El horror de la responsabilidad de semejante decisión era insoportable, y ni siquiera Multivac bastaba para eliminar ese peso. Pero lo cierto es que mis dudas estaban justificadas y eso me causa un gran alivio.
Entusiasmado con tal conspiración de confesiones mutuas, Jablonsky optó por prescindir de la categoría de su director ejecutivo.
-¿Y qué hiciste, Lamar? Al fin y al cabo tuviste que tomar desiciones. ¿Cómo?
-Bien, es hora de regresar, pero...Os lo contaré primero. ¿Por qué no? Utilizé un ordenador, Max, sólo que uno más antiguo que Multivac, mucho más antiguo.
Buscó en su bolsillo los cigarrillos y sacó un paquete junto con un poco de calderilla; monedas anticuadas, que databan de los años anteriores a la época en que la escasez de metal alentó la creación de un sistema crediticio ligado a una red informática.
Swift sonrió tímidamente.
-Sigo necesitándolas para que el dinero me parezca sustancial. A un viejo le cuesta abandonar sus hábitos de juventud.
Se puso un cigarrillo en los labios y fue guardando las monedas en el bolsillo, una por una.
Retuvo la última moneda entre los dedos, mirándola distraídamente.
-Multivac no es el primer ordenador, amigos, ni el más conocido ni el más eficaz para eliminar de los hombros de los ejecutivos la carga que supone tener que tomar importantes decisiones. Una máquina ganó la guerra, en efecto, John. Al menos, un muy sencillo dispositivo de cálculo, que yo utilizaba cada vez que tenía que tomar una decisión realemente difícil.
Con una sonrisa nostálgica, arrojó la moneda al aire. El metal produjo un destello en el aire al girar y la moneda cayó en la palma extendida de Swift, que cerró la mano y la apoyó en el dorso de la mano izquierda, ocultando la moneda con la mano derecha.
-¿Cara o cruz, caballeros?