Afuera la lluvia caia a cántaros, que digo a cántaros, a barrilados!
El hombre miraba por la veNtana, pero no veia nada, tenia los ojos igual de nublados que el cielo, era ciego.
Escuchaba el titenear de las gotas golpeando contra las rejas, contra la ventana, contra el asfalto, contra el perro que aún buscaba un lugar para Guarecerse, contra los paraguas de la gente que caminaba rápidamente de una lado para otro tratando de Encontrar su lugar en ese jardin de flores marchitas que apuntaban sus petalos hacia el suelo.
Escuchaba
Escuchaba todo atentamente y sentia como todo aquelLo que para el sIempre habia sido ajeno empeza a tomar forma, textura y hasta sabor.
Ahora ya no escuchaba solo imaginaba.
Imaginaba las caras tristes de las personas que deseaban QUE la lluvia no existiera, que Todo fuera calido y soleado. Imaginaba al perro corriendo tras un niño jugando, a los muchachos sentados en la hierva tomandose unAs cervezas y riendose por cualquier cosa, a La abuelita caminando con su baston esperando que un carro parara y le permitiera cRuzar la calle, al Muchacho que gritaba en la esquina vendiendo los periódicos, a los estudiantes de capoira bailando al compas del palmoteo de sus compañeros, a los niños gritando emocionados al ver a un elefante levantar un tronco con su trompa...
ImaginabA
Imaginaba, se imaginaba a si mismo haciendo todas esas cosas y muchas otras y no postrado en esa silla sin poder ver nada.
Se sentia miserable, la pieza de un rompecabezas que por equivocación habia sido metida en otra caja.
Nunca supo entender porque la extraña naturaleza le habia arrebatado los colores,las formas, la belleza. Era un simple hombre que no merecia tal dolor. Dolor con sabor a rabia y tristeza. NO queria soportar más tal sufrimiento. Hacia mucho tiempo ya que su amargura lo habia alejado de las pocas personas amables que se cruzaron por su camino.
No pudo contener el llanto. Sus lagrimas bajaban por su rostro con tal intensidad que parecia tener el cielo en sus ojos. El dia se hacia mas gris y no dejaba de llover. Alzo su mano y se limpio las lágrimas. Podia sentir como la yema de sus frios dedos recorrian su pálido rostro. Añoraba una tierna caricia. Entonces se encontró soñando de nuevo, imaginando estar con esa gente que veia a traves de su ventana. Se imaginaba sonriendo, sientiendo la lluvia o los rayos del sol tocando su cuerpo. Cualquier cosa que le recordara que aun estaba vivo.
Fue entonces cuando sintio aquellas pequeñas patas que tocaban su mano con curiosidad, ese imperceptible aliento que respiraba sobre sus dedos, los pequeños incivos que se clavaban en su carne como pequeñas puñales que le desgarraban delicada y dolorosamente la piel.
Sintió nuevamente que estaba vivo, el dolor le hizo recordarlo. Pareciera que esa fuera la única forma en que el mundo se comunicaba con el, la forma en que lo definia, lo construia y lo derrumbaba. Una vez más el dolor le recordaba que era de carne y hueso que no era más que una frágil máquina que podía ser destruida en cualquier momento y no ese ideal de belleza que alguna vez habia leido en un libro de Platón. Quitó bruscamente la mano y lanzó al pequeño ratón muy lejos contra los cartones que se apilaban en las paredes.
Paredes frias y mohosas que llevaban el olor a humedad hasta el centro de su olfato. Empezó a sentir como sangraban sus dedos. No sentia temor.Y aunque el dolor se hacia mas profundo, permaneció inmóvil por un largo tiempo.Tomó su bastón y empezó a caminar en dirección a su dura y desierta cama. Trato de incorporarse pero se sentia enredado. El dolor permanecia pero ya no le daba importancia.Lo unico que queria era sentarse en esa horrible cama. Diò un paso en falso y se cayó. Por un momento contuvo la respiraciòn. Se sentía solo e impotente, tirado en el piso como un estropajo viejo; no se movia. Estaba herido en su orgullo.
Pero ya nada importaba, nunca pudo ser realmente alguien, recordó algo que había leído alguna vez: "Estar solo, es estar seguro de que nadie te piensa". Cerro los ojos, esos ojos inútiles y vacios.Nuevamente una lagrima se deslizó por su mejilla, una lagrima pesada y fria que le quemaba la piel pero ya no importaba por que era la última.
EOK
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Hacia un calor infernal, era medio dia, y además de ese sol abrazador las calles
estaban llenas de gente que salia de aquellas enormes cajas de asfalto y corrian desesperados
a la cacería de su almuerzo. El estudiante se sentia ageno a todo eso, caminaba por entre
la gente pensando en que la trayectoria más corta entre dos puntos no es la linea recta, sino
un delicada curva que se va escribiendo sobre una dimensión que a pesar de estar viviendo no vemos.
Después de alimentarse con el mayor desgano, retorno por caminando lentamente por las ahora calles vacías
hacia su casa, hacia ese cuarto mortuorio que habia estado construyendo durante tantos años para si mismo.
Le esperaba una larga tarde leyendo las divertidas obras de Cervantes, en ese español anacrónico que casi
no entendía.
Al doblar la esquina se encontró con que un policía estaba discutiendo con una prostituta que
no tenía el menor reparo en diriguirse ante el uniformado con las más precarias palabrotas.
Decidió entonces cruzar la calle para ir a la acera del frente y evitar el bochornoso escándalo.
Después de meterse bajo la sábana e intentar leer las aventuras del flamante y sobresaliente caballero.
Empezó a recordar la escena del día anterior que tanto lo había atormentado.
Ahi estaba él, en la celebración del 20 de Julio viendo como la banda de guerra desfilaba por la carrera septima,
cuando a través de los soldados y el estrepitos martillear de los redoblantes vió aquel delicado aro de oro que es le escapaba de sus delicadas manos a una niña que jugaba con el.
Todo ocurrió muy rápido, pero fué muy preciso, como la sucesión de movimientos en la opera, la niña dejo a una lado su
mascarita de ternura y emitió un grito agudo y salto el alambre que mantenía a raya a los peatones de los tanques de guerra
y los caballos, él le gritó nervioso, ella finalmente lo escucho y alcanzó a girar el rostro, pero no lo suficientemente temprano para ver el brutal
moustro de metal que se le venía encima.
- Mesie, mesie - repetia un francés que también observaba el desfile.
- ¿Puede usted tomarnos una foto?
Sacudió una par de veces la cabeza y finalmente volvió en sí, y se vió a si mismo con una camara en sus manos.
- Digan "we", y mientras trataba de enfocarlos por el objetivo, se dió cuenta que quien acompañaba al francés
incipido era la misma niña que había visto morir hace apenas unos instantes. Sonrió para si mismo y tomó la foto.
Luego del desfile y todavía un poco desconsertado fué a un bar y mientras escuchaba un grupo de Jazz maldijo
una y otra vez aquella maldita droga para la epilepsia que lograba no sólo controlar sus ataques sino que
descorchaba su cerebro y alimentaba con leña la imprenta que imprimia las estampillas con las que llenaba su memoria
como un albún de filatelia.
(Carolina, Gloria, Johanna, Enrique, Himura, Jaguar, Javier)
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